Cuando una compañía crea un producto tecnológico con una nueva tipología piensa en unas cuantas aplicaciones del producto. Éstas son el garante de la viabilidad del proyecto, dado que si la gente no ve a primeras en qué circunstancias usaría el producto y para qué, difícilmente lo comprará. Sin embargo, siempre hay una variable inesperada que será la utilidad que los usuarios encuentren en el producto y que su fabricante no había pensado en primera instancia.
Es precisamente en las nuevas tipologías y en aquellos productos que cambian el paradigma donde la variable de aplicaciones es más amplia. El consumidor lleva a su entorno un aparato con un diseño concreto y lo inserta en su vida. Desde ese momento, entra en contacto con unas circunstancias muy particulares y obedece al control de una mente distinta. Es un fenómeno de apropiación que genera muchos resultados.
En el caso del iPad se expresa en dos direcciones: las aplicaciones y los accesorios. Gracias al software que desarrollan los programadores y a los complementos que diseñan los inventores el producto se hace más versátil y puede adaptarse a más ambientes.
Las aplicaciones han llevado al iPad a entornos educativos, profesionales, creativos, musicales, científicos, deportivos e incluso al espacio.
A su vez, los accesorios han hecho que el iPad pueda estar presente en una mayor variedad de entornos. Las fundas son el ejemplo principal de ello, dado que aumentando su resistencia a los elementos, la tablet de la manzana mordida ha llegado al desierto, a las profundidades marinas y a la alta montaña, aunque también a la cocina, a la bañera y a la habitación de juego de los más niños. Los diferentes teclados aumentaron su productividad y los controles Bluetooth hicieron que fuera una alternativa a la consola.
Todo esto, es lo que nos muestra ese vídeo que podéis encontrar en la Home de su web americana y que han titulado Life on iPad.
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